Por Luis Peralta
El Presidente Barak Obama tiene ante sí
un hueso duro de roer en lo concerniente a la lucha descomunal por su
re-elección. No necesariamente porque su
oponente republicano sea un candidato formidable, sino porque la presidencia
Obama no ha sido capaz de transmitir un
mensaje claro de sus realizaciones, y probablemente ha sobrevalorado sus
acreencias políticas al protagonizar ciertos actos presidenciales que le
apartan importantes segmentos de votantes.
Presidente Barack Obama Por Pete Souza |
Al asumir la Presidencia en medio de
una crisis devastadora, el Presidente empeñó excepcionales esfuerzos en lograr
que el Congreso pasara the Affordable
Care Act, que los republicanos y grupos conservadores denominan
“ObamaCare”. Aun hoy día, los aciertos y
beneficios de la reforma de salud, no son de amplio dominio del público en
general; en cambio, sus enrabiados oponentes
han fijado en la memoria de la gente desaciertos que, aun sin explicar,
terminan formando una opinión desfavorable de la gestión del Presidente.
De hecho, la determinación inicial de
la administración de buscar la reforma del sistema de salud, pareció un acto
obseso-compulsivo, más que una necesidad de establecer una política imperiosa;
tal vez una demostración excesiva de que su plusvalía política le daba para
todo, incluyendo demostrar a su ex contendiente interna—entonces Senadora
Hillary Clinton—que Obama sí podía lograr lo que ella no pudo durante la
Presidencia Clinton. El Presidente y su grupo de asesores no entendieron
temprano, que la campaña electoral había terminado, y que entonces debían
proponerse gobernar, identificando y haciendo frente a la urgencia ineludible
de la crisis económica. Por esa razón,
la contundencia de su accionar respecto a la crisis financiera, de vivienda y
desempleo, no tuvo el alcance que nunca dejó de demandar el economista y
columnista Paul Krugman.
Los demócratas perdieron el control
del Legislativo en 2010; la administración Obama no entendió que se trataba de
una pérdida que traería consecuencias para sí misma; el Presidente y sus
aliados han permanecido demasiado tiempo creyendo que su capital político nunca
acabaría. Algo de arrogancia ha bordeado
el entorno presidencial. Pero la
realidad los alumbra de manera despiadada; ojalá no vuelvan a apartarse de la
luz.
Ya en los inicios de la campaña
presidencial 2012, el Presidente mostró un liderazgo poco incisivo y poco comprensible;
al anunciar su apoyo al matrimonio homosexual, el Presidente Obama se propuso
afirmar un bastión de votantes que de ninguna manera va a sufragar y aprobar la
intención de devastación económica que los republicanos radicales están
imponiéndole a su candidato presidencial. Si el propósito de los consejeros del
Presidente y de sí mismo, era asegurar esos votos, exageraron. El apoyo al matrimonio gay, no constituye una
política real y práctica, sino, únicamente un anuncio político
intencionadamente electoral.
No menos desacertada, la insistencia
de la administración Obama en imponer la nueva política sobre anticonceptivos a
instituciones hospitalarias religiosas, especialmente católicas, avaló y
fortaleció la furia del clero y de los cristianos evangélicos más
conservadores. No se trataba de creer
que en modo alguno, la re-elección obtuviera el favor electoral de éstos, sino de
prever que tuvieran un motivo que diera consistencia a una oposición abierta.
El esfuerzo dogmático organizado,
afectará el comportamiento de votantes que pudieron sufragar motivados más por
la propuesta económica de (Mitt) Romney.
Ahora, su concesión en materia
migratoria, favoreciendo de soslayo a miles de jóvenes indocumentados, que
podrán beneficiarse con permisos laborales renovables, mejora la imagen del
Presidente con miras a las elecciones de Noviembre, aunque sus niveles de preferencia
entre los electores latinoamericanos, son altos. Con esta decisión, el
Presidente Obama trató de enmendar uno de los errores cometidos en el
transcurso de los dos primeros años de su presidencia, en momentos en que los
demócratas dominaban el Congreso. La
administración olvidó todo lo que no estuviera relacionado a su empeño de
reforma del sistema de salud; el tema migratorio, incluyendo la propuesta
denominada “Dream Act”, no tuvieron la acogida necesaria entre los asesores
presidenciales, y el Presidente les hizo caso.
La decisión que conocimos a través de
la Secretaria de la Seguridad Nacional, Janet Napolitano, no es mala, pero es
una migaja que mantiene postrada la aspiración suprema de miles de jóvenes, de
alcanzar una educación universitaria. Y
aunque no lo parezca, podría retrasar una decisión favorable definitiva.
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